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Historia en el aula

Trabajos de alumnos de 4º de ESO, sobre Los Inicios de la Modernidad

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Presentación realizada por José Mª Herrera.
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Presentación realizada por: Carlos J. Mejías y Álvaro Durán
L A I N Q U I S I C I Ó N
E S P A Ñ O L A

Cristina Vaquero Rodríguez 4ºESO A

29/10/2007

 

El término Inquisición hace referencia a varias instituciones dedicadas a la supresión de la herejía en el seno de la Iglesia Católica Fue una institución extremadamente bien organizada. Al margen de los juicios que pueda merecer desde el punto de vista ético, no cabe duda que su eficiencia funcional fue notable.

 

INQUISICIÓN E. MEDIA

La Inquisición medieval, de la que derivan todas las demás, fue fundada en 1184 en Francia para combatir la herejía de los cátaros o albigenses siendo competente así sobre los cristianos bautizados.

En su primera etapa (hasta 1230), se denomina "Inquisición episcopal", porque no dependía de una autoridad central, sino que era administrada por los obispos locales.

La Inquisición pontificia funcionó sobre todo en el sur de Francia y en el norte de Italia. En España, existió en la Corona de Aragón, pero no en la de Castilla.


INQUISICIÓN EN ESPAÑA

En 1249, se implantó también en el reino de Aragón (fue la primera Inquisición estatal) y que en la Edad Moderna, con la unión de Aragón con Castilla, fue extendida a ésta con el nombre de Inquisición española o Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición. Fue fundada el 1 de noviembre de 1478 por los Reyes Católicos y promulgada por el papa Sixto IV, para mantener la ortodoxia católica en sus reinos, que tiene precedentes en instituciones similares existentes en Europa desde el siglo XIII. La Inquisición española estaba bajo el control directo de la monarquía. No se abolió definitivamente hasta el 15 de julio de 1834, durante el reinado de Isabel II.

No hay unanimidad acerca de los motivos por los que los Reyes Católicos decidieron introducir en España la maquinaria inquisitorial. Algunas de las razones fueron:

  • El establecimiento de la unidad religiosa. Puesto que el objetivo de los Reyes Católicos era la creación de una maquinaria estatal eficiente, una de sus prioridades era lograr la unidad religiosa. Además, la Inquisición permitía a la monarquía intervenir activamente en asuntos religiosos, sin la intermediación del Papa.
  • Debilitar la oposición política local a los Reyes Católicos.
  • Acabar con la poderosa minoría judeoconversa. En el reino de Aragón fueron procesados miembros de familias influyentes. Esto se contradice, sin embargo, con el hecho de que el propio Fernando continuase contando en su administración con numerosos conversos.
  • Financiación económica. Puesto que una de las medidas que se tomaba con los procesados era la confiscación de sus bienes, no puede descartarse esa posibilidad.

La herejía o los actos de brujería; el sacrilegio o la sodomía; la bigamia o la blasfemia eran delitos perseguidos por la legislación penal de los reyes y considerados como tales en las obras de los juristas cultos europeos de los siglos XIII y siguientes.

LAS FASES DEL PROCESO

La idea o principios rectores de tal proceso eran los siguientes:

a) Dirección judicial del proceso. El juez dirige el proceso, y posee para ello un poder muy amplio, discrecional: un enorme y temible arbitrio judicial. Antes de juzgar, investiga los hechos, dirige la indagación, busca culpables, acumula pruebas contra ellos. Esta actividad inquisitiva, indagadora, al estar dirigida por quien ha de juzgar después acerca de la culpabilidad o inocencia de los reos, disminuye notoriamente la imparcialidad del juez.

b) Bipartición del proceso en una fase sumaria o inquisitiva y en una ulterior fase judicial en sentido estricto. En esta segunda fase o juicio, el «inquisidor» se convertía en «juez» entre dos partes:

· El Promotor Fiscal que acusaba a los reos, y éstos, asistidos entonces por sus abogados.

· El Fiscal esgrimía ante el juez las pruebas por éste recogidas en la fase sumaria, contra las cuales tenía que defenderse en esta segunda fase el reo.

c) Predominio del secreto. Toda la fase sumaria o puramente inquisitiva era secreta para todos los sospechosos contra los cuales hubiera indicios de culpabilidad. En la fase probatoria podía proponer probanzas a su favor, estas más que pruebas de su inocencia se concebían como meros escudos para paralizar o disminuir los efectos probatorios de las pruebas de su culpabilidad recogidas por el juez-inquisidor. La estructura formal del proceso colocaba, al reo en una situación de inferioridad y permitía que a lo largo de la fase inquisitiva o secreta se construyese contra él una firme presunción de culpabilidad, difícilmente destructible después en la última fase del proceso.

d) La confesión de culpabilidad era considerada como prueba plena. Si se obtenía libremente la confesión, la prueba que ésta implicaba se consideraba como muy fuerte. Si el presunto culpable no confesaba su culpa voluntariamente, se podía someter a tortura. Para vencer la resistencia defensiva del presunto culpable y para obtener de él su confesión de culpabilidad que permita establecer la verdad se le atormenta. Si el atormentado insiste en mantener hasta el final su inocencia tal declaración de inocencia no equivale a una prueba de ésta, y el reo puede ser condenado en virtud de otras posibles pruebas. Si el atormentado confiesa su culpa, ésta se considera probada, con tal de que el mismo reo ratifique su confesión de culpabilidad horas después de haber cesado el tormento. (Si no ratifica su confesión de culpabilidad podía proseguir el tormento hasta que volviese a confesar; y si tras esta segunda confesión se negaba de nuevo a la ratificación, el tormento podía ser reanudado por tercera vez.)

 

 

 

OPINION PERSONAL

Tras la realización de este trabajo he llegado a la conclusión de que la inquisición fue una de las etapas más duras y polémicas de la historia, donde se limitó la libertad de pensamiento del pueblo, fundamentalmente religioso, con el fin de conseguir poder y dinero a costa de la tortura y muerte de millones de personas, en su mayoría inocentes.

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Aspectos de la vida

cotidiana en el siglo XVI
Nicolás Gordillo Reina.

David Fornet Corrales. 4º E.S.O

Limpieza de las calles

Las estrechas calles estaban mal pavimentadas o ni siquiera lo estaban. Era proverbial el desorden en la red de alcantarillado. Los caños que desaguaban a la vía pública desde las viviendas causaban lodos y malos olores. El mal olor era dueño de la ciudad y se asociaba con enfermedad y muerte sin que se supiera a ciencia cierta la relación causa-efecto entre ellos. La suciedad no caracterizaba a unos barrios y a otros los eximía. El mal olor que se respiraba era el resultado de un complejo de factores entre los que se hallaban esa deficiencia viaria, la carencia de un servicio permanente de limpieza pública municipal y la ausencia de una cultura de la higiene privada y pública, aunque la paradoja fuese que los vecinos protestaban por la suciedad, siendo sus causantes. Ellos arrojaban la basura de sus casas en los callejones, en las plazas, junto a las murallas, en la ronda o extramuros; ellos tiraban las aguas sucias a mitad de calle y era raro que contribuyesen individualmente a su limpieza y decoro.

En resumen, todos sufrían las basuras y los malos olores. Todos los veían, las pisaban o las salvaban. Los de la periferia y los del centro. Y todos se quejaban hipócritamente.


Características generales de la vida cotidiana de una ciudad del siglo XVI:


Lacras sociales.


-Prostitución.

La historiadora norteamericana Mary Elizabeth Perry resalta la importancia social de las prostitutas y la tolerancia de éstas durante siglos en su sociedad como "un mal menor" ya que, sin su presencia, se pensaba que muchos hombres pondrían sus energías en la seducción de mujeres honradas, en el incesto, la homosexualidad o el adulterio. Esta era la doctrina cristiana que se fue elaborando desde el siglo XIII en torno a la sexualidad y a la prostitución, considerada pecaminosa pero necesaria.

La política era de tolerancia pero de segregación en lugares concretos; estos lugares eran las llamadas mancebías, que se institucionalizaron para acoger y controlar a las mujeres públicas (único lugar donde se ejercía la prostitución de manera legal).

Estas mujeres, acompañadas de rufianes y gente de mal vivir, cuya presencia era poco ejemplarizante para las mujeres honestas y desestabilizaba la tranquilidad del vecindario por los escándalos, riñas y robos que con frecuencia se producían.

La ley establecía que una joven podía trabajar en un burdel de la ciudad si podía probar que había cumplido ya los doce años; además debía ser abandonada por su familia, de padres desconocidos o huérfana, nunca de familia noble. Tenía que haber perdido la virginidad antes de iniciarse en las labores del sexo y el juez, antes de otorgar el oportuno permiso, tenía la obligación de persuadir a la muchacha. Tras este requisito, la joven recibía la pertinente autorización para ejercer el llamado oficio más antiguo del mundo.

Todo esto estaba muy mal visto por la concepción cristiana, que sólo permitían el acto sexual si su único objetivo era la procreación, si no se convertiría en pecado de lujuria.

La falta de conocimientos sanitarios y la promiscuidad de este colectivo la hacía presa ideal de enfermedades venéreas. La primera noticia de la sífilis, el mal llamado "mal francés", la dio en 1497 el jurado Diego de Guzmán, que denunció ante el Cabildo la extensión del contagio entre las mujeres de la Mancebía. Los capitulares se vieron sorprendidos por la nueva afección, contra la que no se conocía de momento remedio alguno. En 1504, el Ayuntamiento hispalense tuvo que comunicar a los Reyes Católicos la pavorosa expansión de las bubas entre la población, y ya no exclusivamente entre las mujeres de la Mancebía. En 1568 se produjo otra epidemia de sífilis que fue llamada el "contagio de San Gil", porque fue en el barrio de la Macarena (Sevilla) donde, al parecer, se inició.

En cuanto a precios es difícil conocerlos; según Morales Padrón, las rameras solían ganar hasta cinco ducados diarios si estaban pasables y vestían bien, como las izas (sinónimo de ramera), o 60 cuartos si eran feas, ajadas y con defectos, como las rabizas (“mujeres de la mancebía, de las tenidas en poco”, es decir, las mas viejas o menos atractivas). Es decir, aproximadamente entre 240 y 1800 maravedís. Un servicio podía costar como la cuarta parte del salario medio cotidiano de un operario o jornalero.

La labor de algunos clérigos y hombres piadosos, llamados "congregados", que trataban de convencer a las prostitutas de que abandonasen ese género de vida, sembró la alarma entre los "padres" a partir de 1580, hasta el punto que llegaron las protestas al Ayuntamiento, por lo que consideraban una intromisión que iba contra los propios intereses de la ciudad, y es que la mayoría de las casas de la Mancebía pertenecían al Ayuntamiento, a hospitales o a instituciones religiosas. Pero estas incursiones fueron el principio del fin de la Mancebía.

Otra clase de prostitución: las "mujeres enamoradas"

En las ciudades bajo medievales no era infrecuente la presencia de mujeres que vivían de alquiler entre los vecinos, trabajando en ocupaciones que no exigían calificación laboral y siempre mal remunerada, que también se prostituían aunque sin hacer de la prostitución su único medio de vida. Denominadas mujeres enamoradas, su presencia en las ciudades suponía una desleal competencia para las trabajadoras de la mancebía.

En algunas ciudades andaluzas como Málaga se toleraban pues el poder municipal consideraba que desempeñaban una función de utilidad pública, ya que la mancebía no era lugar apropiado para determinados hombres pudientes que frecuentaban la ciudad y deseaban conversar con mujeres.

Son las que tradicionalmente han sido denominadas como "mantenidas" o "queridas": mujeres que dedican sus encantos a un solo hombre a la vez mientras éste pueda sufragar sus gastos, su alojamiento y sus caprichos.

Prostitución callejera: las cantoneras

El mayor contingente de rameras clandestinas los nutrían las cantoneras, busconas de callejón y esquina que iban a la casa de clientes, fuera de día o de noche. Como es de suponer, solían frecuentar la compañía nocturna de elementos poco deseables de la sociedad. No siempre esta compañía procedía de los estamentos más bajos. Ciertos jóvenes conocidos como "gente de barrio", hijos de buena familia, ociosos y holgazanes, gustaban andar con las mujeres de torpe vida. Pero no sólo eran los hijos de buena clase los aficionados a las busconas de la noche, sino que, al parecer, también sus padres eran asiduos frecuentadores de algunas de ellas.

El recurso a la prostitución y a la tercería, que siempre había sido un modo de remontar la pobreza, ya no se trataba de un vil oficio ejercido por mujeres estantes y ajenas a la comunidad. Se fue haciendo cada vez más habitual entre las propias vecinas, que acudían a la mancebía para ganarse la vida sin el mínimo reparo, insensibles ante el perjuicio moral que pudieran ocasionar a la familia y a la comunidad, en particular las mujeres casadas y las hijas de vecinos.

Efectivamente, la prostitución dejó de estar confinada para integrarse de una forma u otra a la vida social de las ciudades y muchas prostitutas de la época Moderna trabajaban en sus casas sin ocultarlo, en un escenario bastante doméstico, donde vivían con sus hijos, madres, hermanas y sirvientes, sin que su pecaminoso trabajo les impidiera relacionarse de forma habitual con los vecinos a través de su vida familiar.

-Homosexualidad.

¿Era la prostitución la única forma de comercio carnal que existió en la Sevilla Moderna? Esta es la pregunta que nos intriga. Si la Iglesia de la época, como hemos visto, llegó a tolerar la prostitución femenina era, entre otras cosas, para evitar males mayores como la relación homofílica. El criterio de los moralistas al respecto era severo, pues el pecado iba contra el bien de la república y constituía una de las peores lacras de la sociedad.

Las relaciones sodomíticas caían bajo la jurisdicción civil en la Corona de Castilla, a diferencia de los reinos aragones, en los que fue el Santo Oficio quien se ocupó de su persecución y castigo.

Sodomía Masculina

Este apartado se llama “homosexualidad” pero no es muy correcto utilizar este término en el siglo XVI. Entonces se hablaba de "pecado nefando" o contra natura, una de cuyas variantes, la más popular, era la sodomía. La sodomía consiste en el coito, ya con una persona indebida, es decir del mismo sexo -sodomía perfecta-, ya con una persona del sexo opuesto pero en un lugar indebido, es decir extra vas naturale -sodomía imperfecta-.

El que fuera confesor en la Cárcel de Sevilla, el jesuita Pedro de León, denominó "mariposas" a los que practicaban la sodomía. Las mariposas, tentadas por la atracción de la llama, vuelan adelante y atrás, cada vez acercándose más y más al fuego, hasta que al final, se queman. Este fuego no era una metáfora. El pecado nefando se castigaba con la hoguera si era mayor de edad o con azotes si menor.

Según el padre León, hubo 114 casos en sus 38 años de su ministerio. Para él, una vez probado el placer prohibido, era muy difícil dejarlo y tenía mal remedio.

Sodomía femenina o lesbianismo

La sodomía a principios de la Edad Moderna no era un dominio exclusivo del hombre. Si los textos legales de los inicios de esta época habían atribuido las nociones de sodomía en exclusiva a los hombres, los teólogos desde la época bíblica ya habían comentado la posibilidad de la sodomía entre las mujeres. A pesar de la posibilidad de la sodomía femenina, razonaba López, la ley divina o la secular no castigaba el coito entre dos mujeres.

La Cárcel Real de Sevilla, observada por Cristobal de Chaves, había "castigado muchas mujeres porque querían ser más masculinas de lo que la naturaleza permitía"

Clases de Sodomías

El varón cometía pecado contra la naturaleza al emitir su semilla durante cualquier acto sexual sin la posibilidad de procreación. En su interpretación más amplia, el pecado nefando contra la naturaleza constituía cualquier acto sodomítico que pusiera en peligro la economía de la creación e impidiera la posibilidad de la colaboración del hombre con Dios.

Un varón, por su libre albedrío, cometía sodomía perfecta habiendo involucrado a otro varón en el coito por el trasero.

Sin embargo, otros cometían "sodomía imperfecta" si en la copulación entre individuos del sexo opuesto se disfrutaba del coito en alguna otra parte que no fuera "el lugar natural”. Hombre y mujer cometían sodomía cuando, durante el acto sexual, "la mujer se situaba en la parte superior y el marido en la inferior, una posición fuera del orden natural de las cosas".

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Realizado Por Sofía López Martín.

ESCLAVOS, PÍCAROS Y MENDIGOS EN LA SEVILLA DEL XVI.

Estefanía Maestre Martín y María Romero Cazenave

1 Los bajos fondos en la Sevilla del siglo XVI: picaros y mendigos.

Como no podía ser de otro modo, en una sociedad tan heterogénea, la variedad era también la característica de los bajos fondos y de las llamadas "gente de mal vivir". Sevilla llegó a destacar en España por ser una de las ciudades con más gente del hampa (conjunto de delincuentes, pícaros y maleantes que viven al margen de la ley), en particular a finales del siglo. En la ciudad había zonas que estaban dominadas enteramente por el hampa. Ninguna ciudad había en las Españas más idónea para albergar a la picaresca y la delincuencia. Una bonita frase de Cervantes que decía de Sevilla "amparo de pobres y refugio de dechados, que en su grandeza no sólo caben los pequeños, pero no se echa de ver los grandes".

1.1 Pícaros.

Los pícaros solían alternar el delito con diverso tipo de trabajo eventual dentro de la ley, y más relacionado con el comercio que con la industria. La falta de trabajo favorecía actividades poco honestas y los delitos se hacían más frecuentes cuando había menos trabajo. Los desocupados se dedicaban a vender mercancías fraudulentamente. Había personas especializadas en revender con rapidez los objetos robados, y otros compraban productos, como vinagre, aceite, vino, azúcar, miel y cera que posteriormente adulteraban, obteniendo así una mayor cantidad.
Una anécdota interesante y divertida:
“En una ocasión, uno de estos defraudadores vendió a un hidalgo un trozo de oveja haciéndolo pasar por carne de buey, por el sencillo procedimiento de coser unos testículos a la pieza de carne. Su desgracia fue que la cocinera tenía mejor vista que su señor y se dio cuenta del timo. El vendedor fue apresado por la justicia y expulsado de la ciudad.”
Es interesante señalar que este numeroso grupo de personas que
vivía al borde mismo de la legalidad, formaban toda una organización en la que cada cual cumplía un papel determinado, con su propia jerarquía y con cierto control sobre cada uno de sus miembros. El ejemplo más conocido es el que nos presenta Cervantes en su "Rinconete y Cortadillo" en el que hay un gremio de ladrones, uno que los dirige; asignando a cada integrante del grupo la actividad que tenía que desarrollar, junto con el territorio que formaba su propia demarcación para actuar. Nos recuerda a una especie de mafia en la que está el jefe y los demás integrantes actúan según sus órdenes.

Los pícaros podían ser "de cocina" (pinches auxiliares de cocinero), "de costa" (merodeadores de playas y puertos") y "de jabega" (timadores de incautos). Normalmente
robaba lo justo para comer, distinguiéndose del rufián en su carácter cínico y amoral y en la ausencia de violencia para lograr sus fines. El origen del pícaro parece estar en el oficio de esportillero -aquél que transporta un producto en espuertas- , oficio que aprovechaban para sisar algo de mercancía con qué comer.
Utilizaban una jerga especial que les caracterizaba, la "
jerga de la germanía", cuyo empleo constituía un signo de reconocimiento entre los truhanes. La taberna era la ermita, el bando de tortura era el confesionario, ser ahorcado era casarse con la viuda, al dinero se le llamaba la sangre, a la bolsa de monedas la pelota y a Sevilla la denominaban Babilonia.

La delincuencia sevillana solía resolver sus cuentas en los llamados "apedreaderos" que había en algunas puertas de la ciudad y en las murallas y barbacanas. Nos cuenta el Padre León, un cronista de los bajos mundos, que en ellos se reunían "muchos hombres desalmados, delincuentes, inquietos, valientes, valentones, bravotines, espadachines y matadores y forajidos, gentes a quien no se atrevían las justicias que había en esta gran ciudad, así de la ordinaria, como la de la ciudad, y alcaldes de corte". Allí se enfrentaban las bandas rivales, con cuanto material bélico podían hacerse: cuchillos, espadas, pinchos y, sobre todo, hondas con las que apedrearse. No pocos fueron los alguaciles que salieron descalabrados cuando intentaron detener a los contendientes y cada domingo o días de fiesta había algún que otro muerto.

Opinión:
Los pícaros nacen de la pobreza, no de la maldad ni el engaño. Son truhanes listos y sin escrúpulos que tienen que robar para comer. Pícaro a veces es sinónimo de agudo, y no sin razón. Aunque algunas veces estos pícaros se transformaban en hampón dañino. Hay mucha diferencia entre el pícaro y el rufián, dado que el segundo era perdonavidas, ladrón de profesión e incluso a veces asesino. Defendemos la postura de los antiguos pícaros ya que si nosotros hubiéramos nacido en la misma pobreza y circunstancias, no cabe duda de que habríamos practicado el hurto antes que morirnos de hambre. Hay muchas maneras de definir lo pícaro, en algunos sitios es definido como ruin, malvado y delincuente, o pillín, listo, burlón y otras personas definen la vida picaresca como una vida alegre y despreocupada.

1.2 Mendigos.

Aquellos que no tenían ninguna ocupación, ni posibilidades de tenerla, se dedicaban a la mendicidad. La ley los distinguía de los "vagos", que se negaban a realizar ningún tipo de trabajo. La mendicidad fue una constante de una sociedad en la cual el trabajo manual no gozaba de total aceptación y en la cual el mendigo no era un ser indeseable.

Aquellos que no podían trabajar por razones de enfermedad, edad o mutilación tenían el derecho de pedir limosna, constituyendo una clase de mendicidad reconocida y socialmente bien vista, que contaba con el beneplácito del párroco local para pedir en la población y en seis leguas a la redonda. Los ciegos son un grupo especial, recibiendo el respeto social. Abundaban también los falsos mendigos, el estadio más bajo de la práctica picaresca junto con los falsos peregrinos. Simulaban enfermedades o heridas y tanto más ganaban cuanta más pena podían dar. Su ámbito de actuación fundamental eran los paseos y las iglesias.
Las malas cosechas, las endemias y las hambrunas fomentaron la miseria y la existencia de un submundo de mendigos. Llegaron a ser tan numerosos que incluso se decidió dar licencias para que sólo unas cuantas personas pudieran practicar la mendicidad (mayoría emigrantes y transeúntes)

La mendicidad era también practicada por una verdadera legión de niños huérfanos o abandonados, muchos de los cuales habían sido depositados al nacer en la Casa Cuna de Sevilla. Estos niños expósitos crecían después en las calles de la ciudad y eran iniciados en esta práctica por algún adulto que les indicaba dónde y cómo había que pedir para obtener mejores ganancias. Cuando el niño crecía, si era suficientemente inteligente, se independizaba de su mentor y podía guardarse así la totalidad de las limosnas que obtenía. Generalmente, terminaban integrándose en el mundo de la delincuencia o de la prostitución.

Opinión:

Ahora, sin embargo, la sociedad ha cambiado mucho y los mendigos no están bien vistos y muchas veces no son respetados y producen miedo, asco o repulsión. Ahora, como antes, la mayoría también son personas que no están en condiciones de trabajar por alguna mutilación, enfermedad, dependencia a las drogas, inmigrantes. También existen aquellos que no quieren trabajar y piden limosna.

2 El trabajo del esclavo en Sevilla (S.XVI)

Los esclavos se adquirían para manifestar el lujo y la riqueza de una persona pero también para servir y trabajar. Esta era su principal función y necesariamente debían cumplirla.

El grupo esclavo que habitaba en las ciudades andaluzas forma en cada una de ellas un subproletariado urbano que encuentra su empleo primario y principal en el trabajo doméstico y secundariamente en los diversos oficios artesanales en funciones de personal auxiliar. Un grupo menos numeroso hallaba su ocupación en los oficios de la construcción, del cuero, de la alimentación y en todos aquellos trabajos considerados viles y despreciables.

Por supuesto su actividad le permitía conocer la vida y costumbres de la sociedad urbana en que vivía, que de alguna manera podría facilitarle su integración en la ciudad cuando llegase el momento, si llegaba a ser libre.

Curiosidad:

Famoso y curioso el caso de Juan de Pareja, el esclavo de Velázquez que trabajaba en el taller mezclando colores y aprendió el oficio de pintor sin que su amo se enterara.


Las mujeres especialmente se dedicaban al empleo doméstico. Eran las encargadas de efectuar todas las labores de la casa. Cuidaban además de los hijos e hijas de su amo ejerciendo el papel de nodrizas. Actuaban como criadas sin disfrutar de la condición de libres ni del sueldo que éstas obtenían. Se las mantenía y se las vestía, generalmente con las ropas usadas de su ama.

Según sea la profesión del amo se puede saber el empleo del esclavo. Por ejemplo si el amo era artesano los esclavos trabajaban como aprendices en sus talleres. Claro está que ningún esclavo recibía ninguna remuneración por parte de su amo.

Los negros ejercían trabajos de toda índole y los más despreciados socialmente.

Con frecuencia aparecen también esclavas que practicaban la prostitución, comerciando con sus cuerpos y exponiéndose a las iras del amo que las repudiaba entregándolas a la justicia. En algunos contratos de compra-venta se suele indicar con toda claridad que la esclava es prostituta para que el nuevo dueño lo sepa. A juzgar por el número de mujeres esclavas que se encontraban detenidas en la cárcel del concejo de Sevilla, no es de extrañar que la prostitución estuviese bastante extendida entre la población esclava, y sobre todo entre las mujeres esclavas que han sido liberadas y no han podido colocarse.

Sin embargo, cuando se trata de amancebamiento de amo y esclava, las cosas parecen complicarse, o por lo menos, no quedan tan claras. Aunque ambos hechos debían ser frecuentes, el amancebamiento y la prostitución, no consta en los documentos ningún caso de libertad a la esclava por estos “pecados”. La Iglesia se muestra permisiva cuando es la esclava la que se prostituye por sí misma.
Por otra parte, algunos esclavos desempeñaban actividades lucrativas fuera de la vigilancia de sus amos, con o sin su permiso.

Un buen número de esclavos se encontraban imposibilitados para trabajar por padecer enfermedades, por impedimentos físicos o simplemente por vejez. Entre el diez y el quince por ciento aproximadamente de la población esclava sevillana estaba incapacitada y no podían emplearse, constituyendo, una molesta carga para el dueño, que trataría por cualquier medio de verse libre de ellos. Algunos eran ingresados en un hospital; a otros se les permitía continuar en casa de sus amos por la caridad y el cariño que sentían hacia ellos; unos pocos, lograban ser vendidos a precios baratísimos.

Opinión:

El origen de los esclavos proviene de las conquistas y es muy antiguo. No existía ninguna ley para defenderlos y no tenían derechos. Los negros eran considerados seres inferiores, asimilados frecuentemente a animales. La esclavitud sigue existiendo en gran escala, tanto en sus formas tradicionales como en forma de 'nueva esclavitud'. Ni que decir tiene que no estamos de acuerdo con la esclavitud, al igual que mucha gente. Doscientos cincuenta millones de personas viven en situación de esclavitud. De ellas, ciento cincuenta millones son niños. Las víctimas son las mismas que hace siglos.
El objetivo que se persigue no ha variado: sigue siendo el poder y el dinero.

3 Los negros libertos. Sevilla siglo XVI

Un liberto es un antiguo esclavo al que de algún modo le ha sido concedida la libertad. Los libertos son figuras existentes en todas las sociedades esclavistas.

El acto por el cual se concedía la libertad al esclavo se llamaba ahorramiento y mediante él conseguía como premio la libertad, porque su comportamiento hacia el amo había sido fiel, cariñoso, obediente y respetuoso.

De dos únicas maneras se podía efectuar en esta época la liberación: por una carta de ahorría firmada por el escribano público, o lo que era más frecuente, por una cláusula testamentaria. Con la posesión de uno u otro documento el esclavo se convertía en una persona jurídicamente libre, dotada de todos los derechos y obligaciones de las demás personas libres. El acto de liberación dependía, de la voluntad y carácter del dueño.

Los esclavos eran liberados con mayor frecuencia en el seno de los grupos privilegiados de la sociedad. Nobles y eclesiásticos eran las personas que mayor número de cautivos ahorraban. En los sectores socio-profesionales inferiores -artesanos, profesiones liberales, etc.- se producían menos liberaciones.

Algunos esclavos negros conseguían ahorrar el dinero necesario para pagar su liberación, pero la gran mayoría de ellos sólo tenía la posibilidad de dejar de serlo cuando su amo lo estimaba oportuno o, a veces, cuando uno de sus padres ya era libre y podía conseguir a su vez liberar a su hijo. Se liberaba con mayor frecuencia a las mujeres, a los niños y a los ancianos que a los varones jóvenes y adultos.

La liberación llevada a cabo por cláusula de testamento -la más frecuente- venía a ser, por lo general una recompensa que el dueño concedía al esclavo cuando éste le había servido con lealtad. No obstante, el dueño le imponía antes de llegar a ser libre una serie de condiciones básicas. La más importante consistía en ser cristiano. Si no lo era, nunca llegaría a ser libre. En los testamentos podía suceder que la liberación del esclavo fuera total, en cuyo caso desde el mismo instante en que fallecía su dueño pasaba a ser un hombre libre. Sin embargo, en la mayor parte de los casos esta libertad venía condicionada por la prestación de un número determinado de años de servicio a los herederos del difunto. Este tiempo variaba mucho según la edad del esclavo y del capricho del dueño.

La mayor parte de los libertos, en especial mujeres y niños, continuaban en el hogar de sus antiguos dueños, vinculados a ellos como criados libres o cumpliendo el servicio que se les había encomendado.
Una vez conseguida la liberación total, si habían ahorrado dinero mientras fueron esclavos, o le habían dejado alguna cantidad sus amos al morir, compraban o arrendaban una pequeña casa y se ponían a trabajar. En general, el liberto pasaba necesidades y sus condiciones de vida tuvieron que ser bastante duras. No todos conseguían un empleo, en cuyo caso se veían obligados a vivir de la caridad pública, aunque lo más frecuente era que se dedicaran al asalto y al robo. El hurto también estaba muy extendido. Las reyertas y peleas entre libertos y esclavos eran frecuentes.

Opinión:

Tampoco creemos que haga falta decir que estamos a favor de la libertad de los esclavos, tanto como que no deberían de existir ni ahora ni nunca aunque no seamos capaces de hacer nada al respecto, porque siempre existirán personas corruptas que sometan a otras a sus órdenes con tal de conseguir más dinero y poder.

 

ASPECTOS DE LA VIDA COTIDIANA EN EL S.XVI

Vamos a tomar como referencia la ciudad de Sevilla

-Limpieza de las calles:

Las estrechas calles sevillanas estaban mal pavimentadas o ni siquiera lo estaban. La existencia de una red de caños de desagüe dependía más de la voluntad privada que de la racionalidad pública. Era proverbial el desorden en la red de alcantarillado. Los caños que desaguaban a la vía pública desde las viviendas causaban lodos y malos olores, como observaba una autoridad municipal en 1563, que denunciaba cómo el agua que salía de la cárcel real y de la audiencia de Grados y del patín del cabildo provocaba una acumulación de lodo en la plaza de San Francisco y en las calles adyacentes.

El mal era general a toda la ciudad. En 1580 el propio ayuntamiento reconocía que había muchos caños que desembocaban a las calles reales por cuya causa estaba "la ciudad muy sucia y con muy mal olor, de que resulta daño a la salud". El mal olor que se respiraba era el resultado de un complejo de factores entre los que se hallaban esa deficiencia viaria, la carencia de un servicio permanente de limpieza pública municipal y la ausencia de una cultura de la higiene privada y pública, aunque la paradoja fuese que los vecinos protestaban por la suciedad, siendo sus causantes.

La suciedad no caracterizaba a unos barrios y a otros los eximía. Todos sufrían las basuras y los malos olores. Todos los veían, las pisaban o las salvaban. Los de la periferia y los del centro. Y todos se quejaban hipócritamente. La respuesta político-institucional a este mal fue la de publicar unas ordenanzas que nunca se cumplían y la de establecer unas penas y sanciones que nunca se ejecutaban. A partir de 1566 se intentó crear un servicio público de limpieza, cuya organización dependía en el interioir de unos fieles ejecutores y para las afueras de las murallas de unos funcionarios denominados guardas de las inmundicias, pero la experiencia resultó fallida.

El mal olor que se respiraba en la Sevilla de los Austrias procedía de la suciedad de las calles, de los estercoleros públicos, de los desperdicios privados, de la ineficacia de las cañerías. De las pescaderías no se podía esperar otra cosa. Por ser un alimento perecedero, especialmente en verano, el pescado llegaba a veces podrido antes de su venta, y el del río limpio y fresco que no se lograba vender se dañaba y pudría con rapidez, de tal manera que el aire de las plazas donde se vendía, San Francisco y El Salvador, se contaminaba. Todavía el peor de los olores, el hedor nauseabundo, procedía de los animales muertos por enterrar, abandonados hasta el instante que un acemilero que pagaba el ayuntamiento los recogía. Resultaba peor la fetidez que provenía de los muchos cementerios que había por la ciudad.

El interior de las iglesias parroquiales de Sevilla, ya bajo sus suelos muy superficialmente, ya en nichos sobre sus paredes, los claustros y templos de los conventos y de los hospitales o el campo extramuros de la ciudad en tiempos de calamidad epidémica, solían ser lo lugares elegidos para enterrar a los muertos, que de esta manera seguían muy cerca de los vivos. Pero en épocas de lluvia e inundación era muy común que las paredes apenas enlucidas y encaladas y los suelos mal pavimentados de los interiores permitiesen que las sepulturas se abriesen y desprendiesen un olor sólo amortiguado por el exagerado uso de un incienso empalagoso.

La situación de la limpieza urbana fue un mal generalizado en las ciudades durante la Edad Moderna. A mediados del siglo XVIII, cuando Carlos III llega a Madrid, se encuentra con una auténtica "pocilga", como no dudó en calificarla su biógrafo Fernán Nuñez: lodos, basuras y excrementos componían un cuadro indescriptible y maloliente de la villa.

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-Caracteristicas generales de la vida cotidiana de una ciudad del S. XVI:

¿Cómo era la Sevilla que vio nacer su Universidad, a comienzos del siglo XVI?

Quizás una de las etapas más gloriosas en la historia de Sevilla, momentos en que fue capital del mundo conocido, del antiguo (Europa) y del Nuevo (América). Cuando la ciudad se llena de gentes de muy diversos países; cuando el oro y la plata circula con fluidez; una ciudad en la que conviven judios conversos, cristianos viejos, moriscos, esclavos, nobles, clérigos y plebeyos.

Pero donde hubo opulencia, hubo miseria; donde hay luces hay sombras. También hubo pícaros, rameras y ladrones; epidemias, inundaciones y hambrunas.

·Demografía de Sevilla en el S.XVI:

No es fácil precisar con exactitud la población sevillana del siglo XVI dada la carencia de estudios demográficos en la época y la población flotante de Sevilla en este siglo.

Comoquiera que los censos, además de excluir a muchos colectivos, sólo computaban las familias, sólo podemos efectuar cálculos aproximados de la población de Sevilla en esta época. Aquí, cada historiador utiliza una coeficiente multiplicador diferente: 4.5, 5 ó 6 para deducir el total de habitantes.

Por otra parte, una valiosa fuente son los registros parroquiales, los llamados libros sacramentales. El Concilio de Trento estableció en 1563 que todos los párrocos llevasen unos libros donde se registrasen los bautismos y matrimonios que se celebrasen:

"Tenga el párroco un libro en que escriba los nombres de los contrayentes y de los testigos, el día y lugar en que se contrajo el Matrimonio, y guarde él mismo cuidadosamente este libro"

Concilio de Trento. Decreto de Reforma sobre el Matrimonio. Sesión XXIV.11 noviembre 1563

Más tarde se incluyeron las defunciones (sacramento de la extramaunción). No obstante, algunos de estos registros ya se llevaban en Sevilla con anterioridad; por ejemplo, el de bautismos de la iglesia de San Ildefonso data de 1429, aunque lo normal es que estos libros se inicien la primera mitad del siglo XVI. En cuanto a los padrones eclesiásticos, se le escapan colectivos como los judeos-conversos o moriscos.

Así podemos datos demógraficos en que existen mas o menos consenso:

AÑO HABITANTES

1384 15.000

1500 60.000

1534 55.000

1565 109.000

1588 129.400

1591 115.800

1597 121.000

· La nobleza sevillana en el S.XVI:

La nobleza sevillana no era muy numerosa. Había un grupo importante de familias de la alta nobleza pero escaseaba la media y la baja. El estamento nobiliario no era un grupo homogéneo ni mucho menos. Cabe distinguir entre ellos al menos tres grados:

* los grandes y los títulos
* los caballeros
* los simples hidalgos

· El clero y la religiosidad sevillana en el S.XVI:

A pesar de su fama de ciudad alegre y pervertida, de la que decía Santa Teresa "La abominación de pecados que hay por acá son para afligir harto", Sevilla era una ciudad profundamente religiosa, desde los ritos de nacimiento a los de muerte y sepultura. La proliferación de monasterios y cofradías, la publicación de libros religiosos, el aumento de vocaciones, la procesiones solemnes de Semana Santa o del Corpus, las rogativas para aplacar huracanes, alejar la peste o llamar a las lluvias ... son pruebas de esta religiosidad.

Para atender este fervor religioso había en Sevilla 27 parroquias a principios de siglo, siendo 29 al final por creación de San Roque y San Bernardo. El principal templo de la ciudad, la catedral, era regentado por el Cabildo catedralicio

Las órdenes religiosas contaban con más de 30 conventos de ambos sexos, dentro de los cuales bien pudieran cobijarse unos 1.500 religiosos según Espinosa de los Monteros, que vivían de sus casas, fincas, rentas, donativos particulares u oficiales

Más de veinte conventos de monjas había en Sevilla al finalizar el siglo XVI.

Al margen de los conventos estaban los emparedamientos, de los cuales existían aún tres a finales del XVI

· Las clases populares en la Sevilla del S.XVI:

Si los dos grupos privilegiados de la sociedad sevillana de los Austrias presentan una gran diversidad en su composición, mucho mayor es la variedad de situaciones que se dan en el más numeroso grupo de los no privilegiados. La mejor forma de definir a este extenso sector social es la de considerar incluidos en él a todos aquellos que no formaban parte ni de la nobleza ni del clero.

Simplificando mucho podemos distinguir al menos tres categorías diferentes:

*La de los comerciantes, financieros, funcionarios y profesionales, que formarían lo que hoy llamaríamos "burguesía". Era un grupo esencialmente urbano y especialmente numeroso en la Sevilla de la época.

* Los artesanos afiliados a los gremios y otro tipo de trabajadores de variados oficios y ocupaciones.

*Los campesinos, extensa y variada categoría social que agruparía a toda la población rural de la actual provincia de Sevilla.

Aquí nos interesan los dos primeros grupos por su naturaleza urbana, ya que intentamos describir la Sevilla en que nació la Universidad

· Los esclavos en la Sevilla del S.XVI:

En comparación con otras ciudades del Reino de Castilla, los esclavos constituían un grupo muy numeroso en Sevilla, y ello por la condición de intermediaria entre el Viejo Mundo y el Nuevo. Según un censo realizado por funcionarios eclesiásticos en 1565, había 6.327 , lo que da una proporción aproximada de un esclavo por cada catorce habitantes (el 7% de la población); quizás fueran muchos más si, como es probable, en dicho número no estaban incluidos los islámicos y los negros no bautizados; éstos eran pocos, pero bastantes los turcos y berberiscos que no querían abandonar su religión. Una gran mayoría de ellos eran negros, a los que habría que añadir la cantidad también creciente de negros libres y de mulatos, por lo que no es aventurado afirmar que alrededor del 10% de la población sevillana era negra o mulata.

·Los bajos fondos en la sevilla del S.XVI:

Como no podía ser de otro modo, en una sociedad tan heterogénea, la variedad era también la característica de los bajos fondos y de las llamadas "gente de mal vivir". Sevilla destacaba en el conjunto de la Monarquía por la extensión que habían llegado a alcanzar estas gentes del hampa, en particular a finales del siglo. En la ciudad había zonas que estaban dominadas enteramente por el hampa

*Pícaros: Es interesante señalar que este numeroso grupo de personas que vivía al borde mismo de la legalidad, formaban toda una organización en la que cada cual cumplía un papel determinado, con su propia jerarquía y con cierto control sobre cada uno de sus miembros

*Mendigos: Otros, que no tenían ninguna ocupación, ni posibilidades de tenerla, se dedicaban a la mendicidad. La ley los distinguía de los "vagos", que se negaban a realizar ningún tipo de trabajo. La mendicidad fue una constante de una sociedad en la cual el trabajo manual no gozaba de total aceptación y en la cual el mendigo no era un ser indeseable.

· La prostitución en la Sevilla del S.XVI:

La prostitución se hallaba muy extendida en Sevilla, sobre todo en los alrededores del puerto y en determinados barrios de la ciudad, a extramuros. La política era de tolerancia pero de segregación en lugares concretos; estos lugares eran las llamadas mancebías, que se institucionalizaron para acoger y controlar a las mujeres públicas, es decir, a aquellas mujeres definidas en las Partidas de Alfonso X como mujeres "que están en la putería e se dan a todos cuantos a ellas vienen". Eran mujeres "que ganaban por las tavernas e bodegones e otras partes", acompañadas de rufianes y gente de mal vivir, cuya presencia era poco ejemplarizante para las mujeres honestas y desestabilizaba la tranquilidad del vecindario por los escándalos, riñas y robos que con frecuencia se producían.

·Homosexualidad:

Encabezamos este apartado bajo el epígrafe moderno de "homosexualidad", pero no sería muy correcto usar este término en el siglo XVI . Entonces se hablaba de "pecado nefando" o contra natura, una de cuyas variantes, la más popular, era la sodomía. La sodomía consiste en el coito, ya con una persona indebida, es decir del mismo sexo -sodomía perfecta-, ya con una persona del sexo opuesto pero en un lugar indebido, es decir extra vas naturale -sodomía imperfecta-. La idea que domina en este pecado es la de la penetración y particularmente, la de penetración anal. La imagen de la fornicación por el orificio más sucio monopolizó rápidamente toda la carga afectiva que contenía la idea de lujuria . El coito anal se transformó en el acto contra natura por antonomasia; Realmente cualquier tipo de actividad sexual no reproductiva, durante la edad media, era penalizada como pecado y, por tanto, como delito.

· La inquisición Sevillana en el S.XVI:

La Inquisición ocupa en la historia española y, naturalmente, en la sevillana, de los siglos XVI y XVII, un lugar muy importante no sólo por su poder, sino por la mezcla de terror y veneración que inspira su nombre y que hace que su presencia se deje sentir constantemente en la vida ordinaria. La Inquisición era, en realidad, una institución independiente de la Iglesia y respaldada por la Corona para perseguir a los falsos cristianos y a los herejes.

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-La moda en el S.XV-XVI

Surge el renacimiento que transforma notablemente el vestido, en los hombres se utilizan greguescos acuchillados con pretina, jubones con mangas acuchilladas, ahuecadas, con forros guatados, trenzadas o enteras, anchas y ceñidas en las muñecas. Chaleco. Escotes cuadrados. Calzas cortas, anchas por arriba y adornadas con oro y terciopelo. Cuello alto y gorgueras. Sayos con mangas, complementado con tiras, vueltas de seda y collar.
Mantos, capas, tabardos y casacas cortas con solapas y mangas.
Pelo corto; barba cerrada y en punta.
Bonetes de terciopelo con penacho a un lado, caperuzas y gorras con plumas.
Sombreros de alta copa o baja, con ala sin doblar.
Zapatos
de terciopelo con una punta cuadrada, escarpines, botines y botas altas de gamuza y tacón de color.

Las mujeres llevaban traje sin cola, o con ella de una pieza, con ancho de vuelo. Falda en verdugados con dos o tres faldetas sobrepuestas. Corpiño ajustado, en punta y muy escotados. Jubón liso de brocado. Guardainfante o corpiño. Hombros rellenos, manga de saco. Cinturón ajustado. Gorgueras transparentes y encañonada.
Pendientes, collares y alhajas en oro y pedrería.
Peinado hacia arriba, rematado en un moño, con raya al centro cubierto por una pequeña toca o birrete bajo. Sombreros.
Chapines con suela de corcho. Zapatos.

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Bibliografía:

-www.personal.us.es/alporu/histsevilla/limpieza.htm

-www.personal.us.es/alporu/histsevilla/index.htm

-http://www.modaweb.com/aula/historia/xvi.htm

Fco Javier Carrascal Rodríguez 4º ESO A

 

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  Aspectos de la vida cotidiana en el siglo XVI

 

PAULA RIVAS BASCÓN   4  E.S.O.  A

 

DUSKA BERIC   4  E.S.O.  A

 

 

          1. Limpieza de las calles

 

 

     Las calles eran estrechas y estaban mal pavimentadas o ni siquiera lo estaban. La existencia de una red de caños de desagüe dependía más de la voluntad privada que de la racionalidad pública. Estos caños que desaguaban a la vía pública desde las viviendas causaban lodos y malos olores. El mal era general en todas las ciudades.

   

      El mal olor era dueño de la ciudad y se asociaba con enfermedad y muerte sin que se supiera a ciencia cierta la relación causa-efecto entre ellos. Este olor que se respiraba lo provocaban los propios habitantes de las ciudades debido a la carencia de un servicio permanente de limpieza pública municipal y a la ausencia de una cultura de la higiene privada y pública, aunque luego fuesen esos mismos vecinos los que protestaban por la suciedad. Ellos arrojaban la basura de sus casas en los callejones, en las plazas, junto a las murallas, en la ronda o extramuros; ellos tiraban las aguas sucias a mitad de calle y era raro que contribuyesen individualmente a su limpieza y decoro. Las quejas de esos habitantes eran constantes.

 

     Algunas ciudades estaban más limpias que otras aunque todas sufrían las basuras y los malos olores. Todos las veían, las pisaban o las esquivaban, tanto los de la periferia como los del centro. La respuesta político-institucional a este mal fue la de publicar unas ordenanzas que nunca se cumplían y la de establecer unas penas y sanciones que nunca se ejecutaban. A partir de 1566 se intentó crear un servicio público de limpieza, cuya organización dependía en el interior de unos fieles ejecutores y para las afueras de las murallas de unos funcionarios denominados guardas de las inmundicias, pero la experiencia resultó fallida.

Los habitantes de la ciudad y las instituciones (hospitales y conventos) tenían la obligación de llevar la basura y el estiércol a los muladares (sitios donde se echaban estos mismos desechos) de las afueras que estaban señalizados con postes de madera, y aunque apenas se cumplían estas normas, también había excepciones. No obstante, en algunas ciudades los lugares próximos a los caminos y a las puertas de acceso al interior pasaron a ser los más sucios y abandonados de la ciudad.

 

     Aparte de los motivos que hemos nombrado, la suciedad también dependía de los residuos industriales, por ejemplo en una ciudad como Sevilla se denunció por parte de un jurado que todo el espacio desde la puerta de Espantaperros hasta la puerta de la Carne estaba lleno de basuras arrojadas por los curtidores hasta el extremo de impedir el paso de caballerías y personas; y dos años después, en 1563, el disputado municipal de la carne reconocía que las casas que se levantaban a las espaldas de la Carnicería, propiedad de la ciudad, estaban muy sucias de los desperdicios y que el hedor era insufrible.

 De las pescaderías no se podía esperar otra cosa. Por ser un alimento perecedero, especialmente en verano, el pescado llegaba a veces podrido antes de su venta, y el del río limpio y fresco que no se lograba vender se dañaba y pudría con rapidez, de tal manera que el aire de las plazas donde se vendía se contaminaba. El agua con la que se manipulaba el pescado originaba también mal ambiente.

 

 

      Todavía el peor de los olores procedía de los animales muertos por enterrar, abandonados hasta el instante que un acemilero (hombre que cuida o conduce acémilas-animales de carga) que pagaba el ayuntamiento los recogía, y todavía resultaba aún peor la fetidez que provenía de los muchos cementerios que había por las ciudades.

Aparte de enterrar a los muertos en un cementerio era habitual, aunque existen pocos datos, una práctica entre los propietarios de los esclavos muertos que consistía en enterrarlos en los corrales o patios de sus propias casas. Al llegar el calor del verano muchos vecinos se desesperaban por la fetidez. Y aunque no eran esclavos, era cotidiano que los hospitales enterrasen a sus enfermos muertos, generalmente gente abandonada en los patios o en las plazas colindantes a los establecimientos.

     En resumen, calles estrechas, mal pavimentadas y sucias, lagunas y lodazales (sitios llenos de lodos) y aires pestilentes. No es exagerada la imagen. No se trataba de una singularidad.

 

2. Características generales de la vida cotidiana de una ciudad del siglo XVI

 

 

        2.1. Las clases populares del siglo XVI

 

      Había dos grupos privilegiados (nobleza y clero) que presentan una gran diversidad en su composición, y aún así mucho mayor es la variedad de situaciones que se dan en el grupo más numeroso que existía, que era el de los no privilegiados. La mejor forma de definir a este extenso sector social es la de considerar incluidos en él a todos aquellos que no formaban parte ni de la nobleza ni del clero.

Simplificando mucho podemos distinguir al menos tres categorías diferentes:

 

-La de los comerciantes, financieros, funcionarios y profesionales, que formarían lo que hoy llamaríamos "burguesía". Era un grupo esencialmente urbano y especialmente numeroso.

-Los artesanos afiliados a los gremios y otro tipo de trabajadores de variados oficios y ocupaciones.

-Los campesinos, extensa y variada categoría social que agruparía a toda la población rural de las ciudades.

        2.2. La prostitución

 

       -IZAS Y RABIZAS: PROSTITUTAS DE MANCEBÍA.

 

     En su estudio sobre la mujer durante los siglos XVI y XVII, la historiadora norteamericana Mary Elizabeth Perry resalta la importancia social de las prostitutas y la tolerancia de éstas durante siglos en su sociedad como "un mal menor" ya que, sin su presencia, se pensaba que muchos hombres pondrían sus energías en la seducción de mujeres honradas, en el incesto, la homosexualidad o el adulterio.

     La prostitución se hallaba muy extendida. La política era de tolerancia pero de segregación en lugares concretos; estos lugares eran las llamadas mancebías, que se institucionalizaron para acoger y controlar a las mujeres públicas, acompañadas de rufianes y gente de mal vivir, cuya presencia era poco ejemplarizante para las mujeres honestas y desestabilizaba la tranquilidad del vecindario por los escándalos, riñas y robos que con frecuencia se producían.

La Mancebía era mucho más que el lugar habitual de prostitución; era el único espacio legal para ejercerla. La política municipal obedecía más a intereses de orden público que a intereses económicos.

Esta preocupación por aislar a la prostitución venía desde el siglo XIV. En muchas ocasiones se intentó trasladar la mancebía pero no se pudo lograr hasta el siglo XVIII.

    Sobre el número de meretrices (prostitutas) no se saben datos exactos. Había ciudades con mayor número de prostitutas que otras. Sus clientes eran contribuyentes de las ciudades, campesinos y forasteros que “en los días que huelgan sus cuerpos hacen trabajar a sus tristes almas” según el Padre León.

    En la concepción cristiana, el acto sexual está permitido sólo si su único objetivo es la procreación, si no se convertiría en pecado de lujuria.

    La falta de conocimientos sanitarios y la promiscuidad (convivencia con personas de distinto sexo) de las prostitutas de esta época les hacía presa ideal de enfermedades venéreas, como la sífilis. En algunas ciudades, a veces se les hacían revisiones médicas encargadas por el ayuntamiento de éstas.

    En cuanto a precios es difícil conocerlos; según Morales Padrón, las rameras solían ganar hasta cinco ducados diarios si estaban pasables y vestían bien (izas), o 60 cuartos si eran feas, ajadas y con defectos (rabizas). Es decir, aproximadamente entre 240 y 1800 maravedís. Un servicio podía costar como la cuarta parte del salario medio cotidiano de un operario o jornalero de esa época.

    Otra cosa importante era que la ley no proscribía la prostitución -más bien la legalizaba- sino que lo que prohibía era que se ejerciera en cualquier lugar y que pudieran confundirse con las mujeres honestas; más concretamente, prohíbe las casas de citas -monasterios-, porque allí iban también las mujeres casadas.                                                     La ley establecía que una joven podía trabajar en un burdel de la ciudad si podía probar que había cumplido ya los doce años; además debía ser abandonada por su familia, de padres desconocidos o huérfana, nunca de familia noble. Tenía que haber perdido la virginidad antes de iniciarse en las labores del sexo y el juez, antes de otorgar el oportuno permiso, tenía la obligación de persuadir a la muchacha. Tras este requisito, la joven recibía la pertinente autorización para ejercer el llamado oficio más antiguo del mundo.

       -LAS “MUJERES ENAMORADAS”-otra clase de prostitución

   La institucionalización de las mancebías como únicos lugares autorizados para el amor venal no significó acabar con la prostitución incontrolada. En las ciudades bajomedievales no era infrecuente la presencia de mujeres que vivían de alquiler entre los vecinos, trabajando en ocupaciones que no exigían calificación laboral y siempre mal remunerada, que también se prostituían aunque sin hacer de la prostitución su único medio de vida. Denominadas mujeres enamoradas, su presencia en las ciudades suponía una desleal competencia para las trabajadoras de la mancebía.

    En algunas ciudades andaluzas como Málaga se toleraban pues el poder municipal consideraba que desempeñaban una función de utilidad pública, ya que la mancebía no era lugar apropiado para determinados hombres pudientes que frecuentaban la ciudad y deseaban conversar con mujeres, en particular mercaderes, capitanes, maestres y patrones de navíos, así como otra gente de honra y de las armadas reales.

    Las cortesanas o “mujeres servidas” son las que tradicionalmente han sido denominadas como "mantenidas" o "queridas": mujeres que dedican sus encantos a un solo hombre a la vez mientras éste pueda sufragar sus gastos, su alojamiento y sus caprichos. Tradicionalmente fueron muy criticadas por los predicadores y teólogos, quienes la contemplaban como un peligro mucho más amenazante para la estructura familiar que a las rameras de burdel, ya que su trato supone una relación afectiva continuada, un adulterio estable, un menoscabo para los herederos legítimos, un menosprecio público de la sufrida esposa. Igualmente graves eran las consecuencias en caso de haber "pescado" a un joven soltero de buena familia: en ese caso, la cortesana, no se daba por satisfecha hasta sacarle el último maravedí de la herencia. Un ejemplo claro es que hubo mozos que en dos meses se gastaron lo que sus padres habían ahorrado en cincuenta.   Pocas pistas sobre su existencia han dejado en la ciudad estas prostitutas "estables".

                                           

       -EL IDEAL DE MUJER

    Los moralistas del XVI esbozaron su versión de la mujer ideal, un icono dominado por la encarnación de la Virgen María, cuya semblanza sobre todo encarnaba la pureza, la honestidad y la buena voluntad.

    Vives identificaba "la virginidad, la belleza, la abstinencia y los deberes matrimoniales" como lo fundamental de las virtudes de la mujer. Prescribía todo un programa de comportamiento adecuado y forma de vestir para las jóvenes damas, las vírgenes, las adolescentes, las casadas y, finalmente las viudas. Los moralistas de principios de la edad moderna etiquetaron la transgresión de estos rígidos papeles como un mal contra las instituciones de la familia, de otros grupos sociales e incluso del catolicismo. Las sanciones impuestas a las transgresoras variaban: desde las admoniciones (amonestaciones), castigos corporales y penitencias hasta la generación de sentimientos de culpa para cada grupo según su edad.

    Durante los inicios de la edad moderna, un hombre tenía más ocupaciones que una mujer, puesto que Vives y otros moralistas las continuaron relegando a los papeles de "madres, hijas, viudas, vírgenes o prostitutas, santas o brujas". Estas identidades  derivaban únicamente de su estatus sexual.

    Los antiguos estereotipos de la mujer expuestos por los Padres de la Iglesia combinaban tanto el mito del paraíso como el concepto del pecado original, en los cuales la mujer había tenido un papel fundamental: una amalgama (unión o mezcla de cosas de naturaleza contraria o distinta) de perversión, engaño y traición a la confianza de Dios en la historia de los primeros padres. Los teólogos habían construido una imagen diabólica de la mujer debido a su sospechoso papel en la pérdida del Paraíso.

    Santo Tomás de Aquino, en su "De periculo familiaritatis dominarum, vel mulierum" o "El terrible riesgo de familiarizarse con mujeres y sus perniciosas consecuencias, argüía que "Dios había creado a la mujer más imperfecta que el hombre y por tanto la obligó a obedecer al hombre puesto que por naturaleza éste poseía una abundancia de sensatez y razón". Las nociones de delicadeza, ternura y, por encima de todo, obediencia al hombre, en resumen, la feminidad, caracterizaban el retrato ideal de una mujer española de principios de la era moderna.

    Más tarde, los teólogos del Barroco definieron la tarea de las mujeres en el proceso de procreación como puramente pasivo. La mujer se asemejaba a una vasija, un mero recipiente de la semilla del hombre en el proceso de creación. Los teólogos vieron la procreación como una función natural y predeterminada del acto sexual entre el hombre y la mujer. La escolástica definió el coito entre el hombre y la mujer como perfecto, independientemente de si uno u otro obtenían placer en el proceso. De acuerdo a la escolástica, el placer meramente funcionaba como el estímulo para la realización de la procreación. El acto sexual entre el hombre y la mujer podía haber producido satisfacción, y eso, definido como bueno o malo dependía de las circunstancias que hubieran llevado a la realización de tal acto.

   

        2.3. La homosexualidad

     -CLASES DE SODOMÍA: PERFECTA E IMPERFECTA

    Los gobernantes definieron la sodomía como "nefaria, o indignante, lascivia, de la que no puede hablarse sin embarazo, un pecado nefando llamado así por su lascivia y obscenidad".

    El varón cometía pecado contra la naturaleza al emitir su semilla durante cualquier acto sexual sin la posibilidad de procreación.

    En 1550 Antonio Gómez, un casuista de Castilla, había argumentado que el hombre cometía el "crimen y pecado contra la naturaleza" cuando "realizaba el acceso carnal sin pretender el coito normal y la regeneración de su especie". Esta amplia definición no se refería sólo a la mera relación sexual entre personas del mismo sexo.                   La definición también incluía la masturbación y el bestialismo como pecados contra natura desde una perspectiva teológica.

    Además, tanto los moralistas como las leyes seculares de principios de la edad moderna confirmaron la sodomía como un crimen contra el estado.

    Un varón, por su libre albedrío, cometía sodomía perfecta habiendo involucrado a otro varón en el coito por el trasero. Un manual de confesión de 1544 condenaba la sodomía como un apetito carnal insaciable por el "sexo fuero del vaso ordinatio". El perpetrador debía ser condenado sin remisión por el "manejo abominable del miembro viril". Gómez defendía a la pena de muerte y la confiscación de todos los bienes tanto para "el agente como el paciente".

    Sin embargo, otros cometían sodomía imperfecta si en la copulación entre individuos del sexo opuesto se disfrutaba del coito en alguna otra parte que no fuera "el lugar natural, extra vas naturale". Hombre y mujer  cometían sodomía cuando, durante el acto sexual, "la mujer se situaba en la parte superior y el marido en la inferior, una posición fuera del orden natural de las cosas". Un hombre echado de espaldas durante la relación sexual constituía un acto carnal "antinatural y desordenado".

    Hombre y mujer, según algunos moralistas, también podían cometer el pecado nefando cuando el acto sexual no llevaba a la procreación y los hombres que cometían el pecado nefando con mujeres debían ser también castigados.

   Así pues, la penetración, en especial la penetración de cualquier trasero y el derramamiento inútil del semen procreador dominaron las nociones de la sodomía como pecado en los inicios de la edad moderna.

   Los abogados de inicios de la edad moderna habían definido la sodomía como actos que rechazaban su orden legal preordenado de Dios. Para los juristas, el concepto de naturaleza representaba un dominio jurídico dentro de las clases de las leyes. Los letrados entendían la "contra natura" como una experiencia cósmica del pecado. La sodomía simbolizaba un grave desorden porque también rechazaba una alianza matrimonial, pilar clave del orden social.

 

       -SODOMÍA FEMENINA: LESBIANAS

 

      La sodomía a principios de la Edad Moderna no era un dominio exclusivo del hombre. Si los textos legales de los inicios de esta época habían atribuido las nociones de sodomía en exclusiva a los hombres, los teólogos desde la época bíblica ya habían comentado la posibilidad de la sodomía entre las mujeres.

     

     Una de las descripciones más tempranas de la sodomía como "contra natura" aparecía en el Nuevo Testamento en una carta que San Pablo envió a los romanos en la que se refería tanto a la sodomía entre los hombres como a la de las mujeres.                                                    

 

    En el siglo XIII, Gregorio López, en su comentario titulado "Omes en la Setena Partida" definía el concepto del pecado nefando en términos amplios; escribía que "aunque dice la ley hombres, se incluye también a las mujeres tanto cuando una con otra haga contra natura como cuando varón con hembra haga el coito contra natura [...] así pues el pecado femenino es posible y ha de ser castigado".

 

Otro moralista del siglo XVI, escribió que si dos mujeres cometían el crimen de sodomía contra la naturaleza mediante consoladores debían ser quemadas. Pero en ausencia de un instrumento empleado para la penetración, Gómez (dicho moralista) se mostraba partidario de una pena menor que la de muerte.

  

     En apariencia, hasta 1560, incluso el Tribunal Supremo Inquisitorial de Madrid no conocía casos que involucraran sodomía entre mujeres sin el uso de un "instrumento", a pesar de acusaciones al contrario. Antes, en la primera década del siglo XVI, es conocido el caso de Catalina de Belunza y una tal Mariche, que el Fiscal General de San Sebastián había acusado de "penetrarse entre sí como lo harían un hombre y una mujer desnudas, en la cama, tocándose y besándose, la una encima del vientre o la panza de la otra, un crimen que habían perpetrado en numerosas y diversas ocasiones". Tras apelación, el Tribunal Supremo terminó retirando todos los cargos.

     En resumen, "aunque un crimen", muchos moralistas consideraron la sodomía entre mujeres como "no auténtica, imperfecta, desprovista de semen desperdiciado o dispersado" y los tribunales por lo general delegaban estos casos y sus sentencias a los obispos locales.

     -LEYES CONTRA LA SODOMÍA

    En la España de principios de la edad moderna, la persecución de los sodomitas y la codificación de la sodomía como un crimen nefando y un pecado contra la naturaleza tomó un giro importante en 1497, cuando Isabel y Fernando (los RRCC) proclamaron la primera Pragmática contra la sodomía que agravaba significativamente los discursos y las sentencias y penas decretadas contra los sospechosos de sodomía. Las prácticas de la sodomía la conciben como un crimen y también como un pecado, más que como un peligro para el estado español. Proponían que tanto "la ley secular como la eclesiástica unieran sus fuerzas para castigar el crimen nefando, ese que no merece tener nombre, destructor orden natural y por tanto punible por la justicia divina".

    En teoría, las leyes sobre la sodomía habían existido antes de 1497. En concreto en el Fuero de Sepúlveda y los Fueros Reales. Una de las principales leyes era que ambos dos fuesen castigados ante todo el pueblo y después, el tercer día, fuesen colgados por las piernas hasta que mueran. Sin embargo, las autoridades rara vez las ponían en práctica como hicieron Fernando e Isabel ya en el siglo XVI.

    En particular, los Reyes Católicos se inspiraron en el capítulo XXI de la "Setena Partida" del siglo XIII titulada: "De los que facen pecado de luxuria contra natura", que definía sodomítico como el "pecado contra la naturaleza y la costumbre natural cometido por hombres entre sí". La Partida consideraba que el origen de este mal provenía de Sodoma y Gomorra, dos antiguas ciudades habitadas por "gente malvada". La Partida precavía a "todos los hombres para que se guardaran contra esta maldad, puesto que el pecado daba origen a muchas y desastrosas calamidades sobre la tierra, tales como el hambre, la pestilencia y el tormento". En palabras de Nietzsche, las calamidades (desgracia o infortunio que alcanza a muchas personas) hicieron resurgir el conocimiento de que se habían cometido pecados contra las costumbres.

    La Pragmática de 1497 coincidía con los puntos principales descritos en la Setena Partida. Un "temor de Dios" había impulsado a los monarcas a redactar leyes contra la sodomía y promulgar penas todavía más severas. Los monarcas interpretaban que las penas estipuladas para la sodomía en la Setena Partida eran insuficientes para "extirpar el error abominable y por tanto había mayor necesidad de que se respondiera todavía más de él ante Dios".

    Aunque la Pragmática confirmaba la pena de muerte para aquellos sodomitas convictos mayores de veinticinco años que promulgaba la Partida, sin embargo la encontraba insuficiente e instituía una nueva pena: la muerte por el fuego. Sólo el fuego, como el purificador natural de lo maligno podía proporcionar remedio para la sodomía, el vicio impronunciable y el abominable crimen contra la naturaleza. A veces la misma familia del que “cometía el crimen” lo mataba de otra manera para que no sufriese quemándose.

    La Pragmática requería la aplicación de la tortura sistemática para cualquier hombre acusado del pecado nefando, incluyendo a la nobleza y el clero. Durante el reinado de los Reyes Católicos, los tribunales administraban justicia de manera diferente a los nobles y a los subalternos, aunque Los Reyes elevaron el castigo de la sodomía: éste era el mismo para todos.

    A finales del siglo XVI (en 1592), Felipe II optó por no agravar más las penas impuestas por sodomía, pero relajó incluso más los requerimientos de evidencia necesarios para la instrucción y sentencia de tales casos. Como Isabel y Fernando antes que él, Felipe II también deseaba "extirpar el abominable y nefando pecado contra la naturaleza sin permitir a los sodomitas la posibilidad de evitar la persecución por la falta de requisitos evidenciales o debido a que los testimonios no concordasen entre sí". Para Felipe II "un testigo bastaba" para garantizar la condena de un sodomita. Más aún, si los testimonios de dos o tres testigos no concordaban entre sí, incluso aunque uno de ellos hubiera participado en el acto, la Pragmática de 1592, sin embargo, hallaba suficiente el testimonio de un participante para condenar a un sodomita.

    Ya en 1530, el Consejo Supremo de la Inquisición de Aragón decretaba que "un testigo, aunque fuera un cómplice y un menor de veinticinco años de edad, bastaba como prueba y evidencia del crimen". Sólo si el testigo en cuestión resultaba ser la "esposa del prisionero acusado podía no poseer la entidad suficiente para actuar como testigo".

 

 

 

 

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